Crónica Medio Maratón de Marrakech 2017

Andrés Robledo nos cuenta su experiencia en el Medio Maratón de Marrakech


Publicado 20-02-2017



Sobrevolando ya Marruecos, mi mirada se distrae por el pequeño espacio que hay entre los asientos del avión, con los tejemanejes de la pasajera de delante rellenando la tarjeta de inmigración para entrar al país vecino. Más por comprobar si llevamos bien las nuestras que por curiosidad, leo lo que va escribiendo. Al terminar, y tras comprobar que coincide con lo que hemos puesto, interrumpe bruscamente el gesto de guardar la tarjeta dentro del pasaporte, aprieta el bolígrafo y escribe con energía en el espacio en blanco justo encima del cuadradito, ya tachado, que la define como turista: HALF MARATHON.

Aterrizamos sin ningún contratiempo en la llamada Ciudad Roja y después de nuestra primera suculenta comida, compuesta de cuscús y tajine, y de acomodarnos en el hotel, nos dirigimos a recoger el dorsal y a tomar un primer contacto con la ciudad.

Llegamos a una feria del corredor que escasea según te acercas, ya que de lejos el alto volumen y las carpas prometen algo más florido. Buscamos, entre las carpas vacías y algunos carteles confusos, el puesto donde hay una pequeña fila de gente con una sonrisa, disfrutando de ese momento alegre, disfrutando de algo tan simple pero tan lleno de ilusión como es la recogida del dorsal.

En mi caso, se cruza un halo extraño por mi cabeza, ya que en un principio me inscribí para hacer el Maratón de Marrakech, pero una inoportuna lesión no me dejó entrenar lo mínimo para tener garantías de poder acabarlo. Con los planes cambiados y decidido a disfrutar del viaje con mi pareja me decidí un mes y medio antes a hacer al menos el Medio Maratón. Así que espanto los pensamientos fugaces al recoger el dorsal de que podría al menos haber intentado el maratón y me voy con mi bolsita de la feria feliz y contento a dar un paseo por la bulliciosa Marrakech antes de ir al hotel.

El sábado lo pasamos visitando la ciudad. Por la mañana con una visita guiada y, después de la tan española, y a decir del guía, también marroquí, siesta, otro paseo por la Medina y los zocos. Me doy cuenta de que tampoco está tan mal viajar para hacer un Medio Maratón, ya que al no tener la presión de un Maratón me relajo y disfruto tranquilo de la ciudad con mi pareja sin pensar en descansar y tener las piernas en alto todo el tiempo posible.

Domingo, 6:30 de la mañana: Bajo al buffet del hotel y me lo encuentro lleno de corredores, todos desayunando como si fueran a cruzar el Sahara, unas cantidades exageradas que hacen sombra a mi desayuno espartano ya probado en otras muchas batallas.

Subo a la habitación a hacer tiempo y a ver el paso del Maratón, agradablemente sentado, por su primer kilómetro, que se encuentra justo debajo de nuestra terraza. La verdad es que desde arriba tampoco parece que los primeros vayan tan rápido, pero la distancia que sacan en apenas mil metros al grueso de los corredores lo dice todo.

Es mi hora para ponerme en marcha. Me dirijo trotando suavemente a la salida, que se encuentra a un kilómetro escaso del hotel, pensando en lo cómodo que es poder esperar lo máximo posible en un lugar confortable, cuando al llegar me doy cuenta de mi error: la salida está llena de gente y me es muy difícil avanzar un poco para no salir de los últimos. Al fin y al cabo el Medio Maratón lo hicimos más de cinco mil personas, por unas ochocientas del Maratón, unas cuantas mil más de lo que yo esperaba. Es lo que tiene no informarse.

En los diez minutos escasos que estoy esperando hasta el comienzo me doy una cura de prejuicios, ya que veo a la gran mayoría de corredores que son marroquís, y no hay tanto europeo como esperaba, y cómo ha llegado allí también toda la tecnología GPS y de móviles.

A mi alrededor se preparan, comprueban y sincronizan móviles para seguir parciales y dejarlo todo bien grabado, mientras otros se enseñan entrenamientos y otras carreras que tenían archivadas dándose un último aliento para afrontar la carrera.

¡Y comienza la carrera! Compruebo que lo que también es universal son las ganas de salir delante para ir a un ritmo lento. Después de un par de kilómetros esquivando gente ya puedo asentarme en mi ritmo y levantar la mirada para disfrutar de este entorno singular.

La primera parte transcurre por la zona nueva de la ciudad para después atravesar unos jardines de olivos, por los cuales se hacen un par de kilómetros, que dan variedad al recorrido. Después te acercan a la Medina para dar una vuelta casi completa a la muralla que la defiende, sin llegar a franquearla en ningún momento, para llegar a la meta en el mismo punto de salida.

Según pasan los kilómetros voy cogiendo seguridad y confianza en que no me va a dar guerra la lesión y voy aumentando ligeramente el ritmo cada cuatro kilómetros más o menos. Los primeros diez pasan casi sin darme cuenta, dejo atrás los olivos y las grandes avenidas que me acercan a la muralla mientras empiezo a notar calor, un calor ya casi olvidado por el invierno madrileño, y que disfruto aunque prefiero un poco más de fresco para correr.

Al llegar al borde de la Medina, sobre el kilómetro doce, ya empiezan a verse las calles con bastante gente mirando y animando. La mayoría refleja curiosidad en su mirada y hasta alegría, como la mirada de un niño cuando ve llegar el circo a su ciudad. A esta altura de la carrera me encuentro en la parte opuesta de la Medina, de la salida, de la zona moderna donde se encuentran los grandes hoteles turísticos. Una parte de la ciudad abandonada por el turismo donde puedes vislumbrar otra realidad, igual la más real, de la ciudad.

Llego al kilómetro quince, donde me había propuesto poner velocidad de crucero si llegaba sin molestias, así que aumento un poco la zancada y disfruto manteniendo todavía una velocidad, que aunque sin ir del todo cómodo, aguanto sin problema.

Este kilómetro quince también me da la oportunidad de correr junto con los maratonianos un par de kilómetros. Se encuentran recién pasado la mitad de su recorrido y me sorprende mucho ver lo solitarios que van, de uno en uno, a lo sumo en parejas o tríos, que en contraste con las maratones que he hecho o he visto, hacen sentir una soledad, acrecentada por las grandes avenidas que van a retomar, que aumenta sin duda el sufrimiento de la carrera.

Pensando que de buena me había librado, disfruto como un niño de los dos últimos kilómetros, con buenas sensaciones y, sobre todo sin dolores, de la carrera, viviendo una anécdota muy graciosa de ver a un corredor al que iba a adelantar pegar el acelerón de su vida al verse jaleado por su familia, dejándome de nuevo muy atrás, para pararse al doblar la esquina a apenas quinientos metros de la meta totalmente reventado. Lo que no haga la cabeza….

Cruzo la meta muy contento y con un sabor especial. No todos los días se puede correr en un lugar tan distinto al tuyo, sin la sombra que tienen ya los maratones grandes de verdaderos centros de negocios, aunque este también lo sea a su manera.

Me voy caminando al hotel viendo a los corredores del maratón ya en su último esfuerzo mientras me vienen recuerdos de la primeras carreras, hace ya demasiado, que tenían más de ilusión por parte de los organizadores que otra cosa y que esta carrera ha sacado del olvido.

Una carrera para volver, y quizás atreverse con el maratón, ¿por qué no?

Andrés Robledo Fernández



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